por Javier G. Caso
El escritor José Luis Caramés Lage acaba de publicar La croqueta (Editorial Trabe). En esta su quinta novela, el que fuera profesor de la Universidad de Oviedo y columnista de LA VOZ DE ASTURIAS narra sus experiencias durante el servicio militar a primeros de los años 70 en el antiguo Sahara español.
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José Luis Caramés |
Es un tema distinto a los que he abordado en libros anteriores. Es la relación de una persona con un paisaje y con una cultura diferente a la nuestra. Ya no son Galicia ni Asturias; además también trata de todo lo que rodea a una persona cuando tiene 20 años.
¿Estamos, pues, ante una novela autobiográfica?
No se puede calificar así. En una novela hay sentimientos y hay ficción. El ambiente y los amigos son ficticios, pero las bromas y el cuartel que aparece en la novela son de verdad.
¿De dónde viene ese título?
Lo de La croqueta es una forma de bajar de una duna gigante. Hay que bajar dando vueltas, enrollado y con el fusil cogido. Si bajabas de pie, te hundías en la arena. Era algo que te enseñaban.
¿Qué cuenta la novela?
Pues la historia de un universitario que acaba la carrera, tiene que hacer la mili y lo destinan al desierto. Se va al Sáhara quince meses y el miedo inicial acaba por convertirse en cariño hacia esa tierra. Recuerdo los amaneceres. A las cuatro de la mañana el sol parecía una pelota. Allí lo que no ves es un paisaje verde ni en foto.
¿Es una narración sobre el final de la dictadura en el Sáhara Español?
No tanto, aunque estábamos en ese período, los años 72 y 73. Allí lo que sabíamos era que había un informe secreto que daba la tutoría de la región a Argelia, algo que después no pudo ser a causa de la Marcha Verde. España se quedaba con una parte importante de los fosfatos y de las minas y Argelia, que conseguía una salida al mar, protegía ese tránsito. En aquel momento España se inclinaba por esa solución argelina.
¿Cómo conoció aquel informe?
Estaba destinado en el Estado Mayor y lo vi en la sección de Justicia. Era un pliego con tres o cuatro folios y que proponía la independencia del Sáhara. En aquel entonces todavía era una provincia española.
¿Cómo vivió todo aquello?
Fueron quince meses en el desierto con gente de todo tipo y de toda España. Algunos llegaron casi a volverse locos. Y en el Sáhara conocí al primer objetor de conciencia. Era uno que no quería vestir el uniforme. Aquello fue una experiencia sociológica impagable. Tenía amigos de toda España y hace poco nos hemos vuelto a reunir después de cuarenta años sin vernos. Alguno lloró de emoción, pero es que fueron emociones muy fuertes. Hay una asociación de veteranos del Sáhara muy importante.
¿Mantiene contacto con aquella tierra?
No he vuelto desde entonces pero tengo amigos que sí lo han hecho. Colaboro en una especie de ONG y tengo un alumno estudiando la música de allí. También participo en el proyecto de una futura universidad saharaui a través de la Universidad de Santiago de Compostela.
¿Y cómo ve la situación actual en el Sáhara?
Le va bien a Marruecos y ni España ni la ONU quieren meterse. Hay miedo a un reacción violenta por parte de los marroquíes que, por otra parte, controlan temas como la pesca.
El famoso referéndum no acaba de celebrarse.
Es muy difícil, además el saharaui es un pueblo nómada. Por otra parte Marruecos ha cambiado muchas cosas allí y hay gente que lo apoya.
Aquella tierra estaba muy unida a España.
Los saharauis nos querían mucho y hablaban español como nosotros. Yo he visto los DNI españoles que ellos tenían. Era una provincia española más. Luego llegó la Marcha Verde organizada por Marruecos y llegó la desbandada. A muchos soldados aquello no les pareció bien. Abandonar a aquella gente que era española fue un error.
¿Fue una actitud entreguista?
España no debe sentirse orgullosa de lo que hizo en el Sáhara. En mi opinión fue lo peor que hicimos los españoles después de la guerra civil.
Que España mantenga la solidaridad con los saharauis, ¿es una forma de lavar su mala conciencia por aquello?
Sí, pero ya no se hace en un plano de igualdad, sino porque nos dan pena. Los saharauis eran iguales a nosotros y nos aceptaron hasta que dijimos que queríamos ganar dinero con sus minas. Era su tierra. Yo siento haberlos abandonado de aquella manera. De los que estuvimos allí, nadie está contento con lo que hicimos en el Sáhara.
¿Qué recuerdos tiene de allí?
Son vivencias inolvidables, desde la soledad del desierto hasta el siroco. Vi a gente que se ponía mala de la cabeza. El desierto son casi 3.000 kilómetros cuadrados. La mayoría de los chavales tenían 18 años, yo era un poco mayor y no lo pasé tan mal.
¿Veremos algún día un Sáhara independiente de Marruecos?
Es lo más difícil, pero espero que sí. Los saharauis trabajan por la independencia de una forma pacífica; pero los marroquís son muy fuertes y España no se implica lo suficiente a la hora de apoyar al pueblo saharaui.