Manuel Martorell
Cuarto Poder
Los hechos de Toulouse eran una noticia anunciada; que ocurrieran era solo cuestión de tiempo, y lo extraño es que no hayan sucedido antes, bien en Toulouse, Marsella, Barcelona o Valencia. Haya actuado siguiendo consignas de la matriz afgano-paquistaní o de su franquicia en el Magreb, no hace falta ser ningún experto en grupos salafistas o yihadistas –como se les prefiera llamar- para saber que las metrópolis de Francia y España son caldo de cultivo para que germinen las células de Al Qaeda.

Para Europa y el conjunto de Occidente es vital, en el sentido más literal del término, apoyar las tendencias que, como ellos, se oponen a los planes yihadistas y defienden los principios democráticos. Solo de esta forma se podrá neutralizar, en su propio terreno, una capacidad de acción que Al Qaeda en el Magreb ya ha demostrado con creces.
No es ninguna casualidad que hayan sido las organizaciones amazigh –como prefieren denominarse los bereberes- las primeras en denunciar las inclinaciones salafistas del Consejo Nacional de Transición de Libia o los titubeos con los radicales de Enahda, el partido islamista que ganó las elecciones en Túnez.
Hace años también denunciaron al Estado argelino por fomentar el integrismo para frenar el sentimiento autonomista en la populosa Kabilia, de la misma forma que siguen cuestionando la auténtica implicación del Estado para acabar con los grupos que aterrorizan esta región argelina.
Tampoco es ninguna sorpresa que los jóvenes activistas bereberes sean uno de los componentes fundamentales del 20 de Febrero (20F), principal impulsor del proceso democratizador en Marruecos. El último ejemplo: la nueva revuelta en la región del Rif, cuyo desencadenante fue precisamente la detención de un destacado militante del 20F en Beni Bouayach.
En todos estos casos, las denuncias amazigh ponen sobre el tapete las dos grandes concepciones políticas que se enfrentan, incluso con las armas, en todo el norte de África. Por un lado, el Estado laico y democrático, con el islam como referencia cultural, que propugnan las distintas organizaciones amazigh; por otro, el proyecto de Estado arabo-islámico basado en la charia (ley islámica) que defienden los salafistas.
En algunas ocasiones, este choque se produce en zonas donde están presentes ambas fuerzas, como está ocurriendo en la volátil intersección de las fronteras mauritana, argelina y de Mali, no muy lejos del Sáhara Occidental. Es la principal base de operaciones de Al Qaeda en el Magreb, pero también el territorio donde, desde hace dos décadas, actúan los grupos tuareg que reivindican la independencia del Azawad.

Se sabe que dirigentes tuareg han colaborado con los servicios secretos occidentales en la lucha contra Al Qaeda y que también han hecho de intermediarios para resolver algunos de los secuestros, siendo los primeros interesados en expulsar de su tierra a estos grupos ajenos a la idiosincrasia amazigh. Así lo reiteraba solo hace unos días el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) en una carta dirigida al presidente del Congreso Mundial Amazigh (CMA), el libio Fatih Khalifa, con motivo de la conferencia internacional que esta organización celebró el pasado 10 de marzo en Rabat, la capital de Marruecos.
En su misiva, donde el MNLA también se solidarizaba con el Movimiento para la Autonomía de la Kabilia argelina (MAK), volvía a denunciar las masacres de civiles en la guerra que le enfrenta al Ejército de Mali. El MNLA, que desde enero ha ocupado varias localidades del norte del país, acusa al Ejército de utilizar contra ellos el armamento y material entregado por las potencias europeas y EEUU para luchar contra Al Qaeda, además de incumplir los acuerdos firmados con ellos con este objetivo.
En el mismo comunicado, la principal organización amazigh de Mali, cuyos avances militares han provocado el golpe de Estado en Bamako, también sale al paso de las informaciones que le asocian con ese y otros grupos salafistas. El MNLA, como han hecho los representantes bereberes reunidos en Rabat, reitera su compromiso por un sistema político basado “en los principios de la democracia” y se opone a quienes “quieren instaurar un régimen teocrático en total contradicción con nuestros fundamentos culturales y cívicos”, advirtiendo, de paso, que en esta sensible zona, plataforma para la actuación de Al Qaeda en Europa, los tuareg –los amazigh del desierto- “son el único dique contra esta organización terrorista”.